Confesiones de un diógenes digital que tiene en Pocket todo el internet que nunca va a leer

El proceso se ha convertido en rutina. Abro los ojos, estiro el brazo, rebusco sobre la mesilla el teléfono móvil, lo agarro, miro la hora, desbloqueo y abro Twitter. Paso por encima de los usuarios menos interesantes y me paro allí donde observo un enlace. «Por qué ISIS está perdiendo la guerra en Irak». Pulso en el tuit. Opciones, compartir. «Añadir a Pocket». Repito el proceso un puñado de veces. Llego al último tuit. Dejo el móvil en la mesilla y salgo de la cama.

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