Kevin Cóndor Mitnick (I)

El hacker Kevin Mitnick ‘Cóndor’ nos deleita con su trepidante vida

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A pesar de que esta conferencia está en Contenidos Estelares y había despertado una expectación desmesurada, hay dos factores que, en mi caso, habían conseguido enfriarme considerablemente:

· Se ha producido (y nadie ha explicado porqué) un retraso de una hora en su inicio

· Nos han indicado los organizadores que a Kevin no le gustan las personas y mejor no acercarse a él. Mal presagio

Una vez comenzada, Kevin se convierte, es un ciclón, comienza a hablar y no para hasta que le dicen que se acaba el tiempo.

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En su momento le prohibieron judicialmente que no podía escribir una autobiografía ni nada parecido en 7 años, parte de la condena que le cayó en su último tramo delictivo.

Por eso está presentando ahora y va a salir en septiembre, su último libro, Ghost in the wires (Fantasma o espíritu en los cables) que, espera, sea traducido al español (ya se puede reservar en inglés en Amazon).

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Ha traído 3 ejemplares, los traía de muestra por lo visto, no pensaba entregarlos, pero al menos ha regalado dos: a una persona que le ha prestado su móvil para un experimento de hacking y a Berta, la abuela de la Campus.

Su biografía indica que los problemas se ven venir desde el principio, obviamente si alguien se molesta en mirar.

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Criado por una madre soltera que trabajaba muy duro para salir adelante, le animaba cuando le presentaba alguna de sus ‘fechorías’, combinado con una curiosidad insaciable por saber cómo funcionaban realmente todos los mecanismos: tragedia asegurada.

Siempre quiso aprender trucos de magia, una de sus pasiones. También le maravillaban los fuegos artificiales y para verlos debían llevarle a México ya que en su Estado estaban prohibidos.

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El resumen de estos gustos es que siempre ha querido cosas que no se pueden conseguir (legalmente).

Y, claro, era cuestión de tiempo que hiciera su primer ‘hackeo’ (intrusión en un sistema).

Y esa primera experiencia en este mundillo fue evitar el pago en los autobuses de Los Angeles, la ciudad en la que vivía.

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Su método consistió en decirle al conductor que estaba realizando un trabajo escolar, con la idea de que le diera algún ‘punzón’ de los que se utilizaban para generar los billetes; al tener 12 años nadie sospechó que sus propósitos eran otros.

Una vez conseguidos los ‘punzones’, buscó en la basura tickets, que ‘tratados’ con los punzones volvían a ser utilizables.

En su tiempo libre se dedicó a viajar gratis en los autobuses de Los Angeles.

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A continuación se produjo un hecho que cambió totalmente su apreciación de los valores en su vida: se lo comentó a su madre y le dijo que era fantástico. Esta inversión de los valores le ha perseguido hasta que decidió ‘corregirse’ (cambiar su sombrero negro por uno blanco).

Se sentía como un explorador en su deambular por la ciudad en busca de emociones.

A partir de un cierto momento empezó a buscar en librerías libros sobre temas, cuando menos cuestionables, para un niño de tan corta edad: cómo hacerse detective, cómo construirte una identidad falsa, etc.

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A los 16 años conoció a un phreaker (hacker telefónico); este le abrió las puertas a un mundo nuevo, un mundo del que ya no saldría hasta abandonar la cárcel.

Le enseñó cómo hacer llamadas a dos, interrumpir una llamada, conseguir números secretos de la compañía, números de test, rellamadas. Estas técnicas, hoy, en muchos casos, están incorporadas en el servicio telefónico usual, en aquel tiempo eran casi magia para los profanos.

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Una de las técnicas que más ha dominado siempre es la ‘ingeniería social’, o sea, convencer a quien tenga la información que te interesa para que te la de.

Así que era capaz de averiguar números de teléfono de usuarios preguntando al responsable, toda una hazaña, aunque, según él, totalmente trivial.

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Dice que las compañías telefónicas obtienen seguridad a base de oscuridad, o sea manteniendo secreto el código fuente de sus sistemas.

Esto, desde su punto de vista, es un error: el problema son personas como él (que convencen al diablo de convertirse al catolicismo o le venden una nevera a un esquimal) que pueden, de una forma o de otra, hacerse con ese valiosísimo código fuente.

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Les enviaron a casa una carta de la compañía telefónica indicando que si se seguían realizando esas actividades les cortarían la línea; Kevin prometió cambiar pero no lo hizo y se quedaron sin teléfono.

Entonces hizo algo original (¿más?) que fue pedir una nueva línea para el número 12b, que era una ampliación de la tienda que estaba en el número 12 (que no era suya, obviamente). Se identificó como James Bond. Consiguió su preciada línea.

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Le animaron a ir a clases de informática y sólo le admitieron después de realizar a su profesor varios ‘trucos telefónicos’ que le dejaron con la boca abierta.

El trabajo de ese año era programar los 100 primeros números de Fibonacci; no hizo eso sino un simulador de login, o sea, un programa que era capaz de capturar las credenciales de cualquier alumno, entraba a su cuenta y le podía robar el trabajo: le pusieron una A (un 10).

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En realidad le estaban formando en una ética hacker, sin distinguir el bien del mal sino simplemente premiando su habilidad para la intrusión.

También era capaz de convertir los teléfonos de las casas de sus amigos en cabinas telefónicas de pago, con gran disgusto de los padres correspondientes.

Su hacking favorito era contra McDonalds: iba con un dispositivo, afinado a la frecuencia a la que transmitían los operadores que gestionaban los pedidos.

Los clientes realizaban los pedidos y les contestaban Kevin y sus amigos, ya que tenían un emisor con más potencia que los de la tienda. Sus ‘bromitas’ iban desde decir a los clientes que hicieran cosas inconvenientes (algunas irreproducibles), pasando por poner el sonido que daba a entender que el dependiente estaba orinando, hasta decirles que no tenían género para servirles y hacer que se fueran.

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Consiguieron que el director de una tienda se enfadara mucho y saliera al aparcamiento para ver coche por coche si podía descubrir a los culpables. No llegó a conseguirlo.

Continuará…

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